Hablamos de la Teoría de la mente como la capacidad de atribuir estados mentales a los demás y a sí mismo, estados mentales que no son directamente observables. Se refiere a la habilidad para comprender y predecir la conducta de otras personas, sus conocimientos, sus intenciones y sus creencias.
El ser humano es un ser social y necesita de esta capacidad mentalista para relacionarse y desarrollarse como individuo. Para atribuir estos estados es necesario tener un sistema de inferencias que nos permita predecir el comportamiento de los otros. Supongamos por un momento que un niño en el patio del colegio ve a otro en el suelo, llorando y tocándose la rodilla con gesto de dolor. El niño dice “llora porque se ha caído”, pero en ningún momento ha visto la caída. Esto, que para nosotros es tan sencillo y obvio, en realidad es un proceso mucho más complejo y elaborado de lo que parece.
Los niños con trastorno del espectro autista presentan problemas para desarrollar la teoría de la mente y esto puede afectar a su comprensión de las relaciones sociales.
En el mundo social, gran parte de la información no se ve de forma directa y por el contrario, hay que “leer entre líneas”, teniendo en cuenta muchos factores para entender la intencionalidad de otra persona, como son el contexto, su expresión facial o el tono de voz. Imaginemos un niño que se acerca a su padre en el salón para enseñarle su nuevo dibujo, pero el padre en esos momentos está enfadado por otros motivos. Cuando mira el dibujo, dice con voz de enfado ¡Sí!, ¡Muy bonito! Y acto seguido sale de la habitación. ¿Pensará el niño que le ha gustado el dibujo a su padre? Como hemos comentado anteriormente, entender este tipo de situaciones depende de muchos factores.
El término “teoría de la mente” fue acuñado por primera vez por David Premack y Guy Woodruff en 1978, quienes realizaron diversos experimentos con un chimpancé, Sarah, a la que enseñaban videos de un humano que debía resolver diversos problemas, consistentes en alcanzar un objeto de difícil absceso, como unos plátanos colgados del techo. Para cada uno de estos problemas se le presentaban a Sarah dos soluciones en una tarjeta y debía elegir la solución correcta. En la mayoría de la ocasiones acertaba. Los autores a partir de los resultados, concluyeron que Sarah tenía la capacidad de atribuir estados mentales al actor humano (intenciones y propósitos) y deseos de resolver la situación, siendo capaz de ponerse en el lugar de otro.
La Teoría de la Mente se desarrolla entre los 3 y los 7 años de edad. Es un proceso mental rápido y automático, no requiere esfuerzo atencional y se desarrolla de forma estereotipada en el ser humano. Se pueden diferenciar dos etapas: entre los 3 y los 4 años se pueden entender las tareas de falsa creencia de primer orden. En torno a los 7 años ya es posible entender las representaciones mentales de otras personas o tareas de falsa creencia de segundo orden del tipo “mi hermana cree que mamá piensa que no ha hecho la tarea”.
Un ejemplo de la falsa creencia de primer orden, es la historia de Sally y Ana, consistente en una situación sencilla en la que una niña, Sally, pone una pelota en una cesta, Sally sale de la habitación y otra niña, Ana, cambia la pelota a una caja, sin que Sally lo vea. La pregunta que se le hace al niño es ¿dónde buscará Sally la pelota cuándo vuelva?
La mayoría de niños de 4 años resuelven esta tarea sin dificultad, pero los niños con trastorno del espectro autista suelen fracasar en ella. Presentan dificultades para atribuir estados mentales a los demás y contestan teniendo como referencia la información que tienen ellos, sin contar con la información que tiene en ese momento la otra persona.
Precursores de la teoría de la mente
Aunque es un proceso evolutivo normal, la teoría de la mente no aparece así sin más en el niño. Existen una serie de prerrequisitas o antecedentes necesarios, para que esta se desarrolle. Entre ellas las más destacadas serían las siguientes:
- Atención conjunta: son interacciones sociales en las que el niño y el adulto prestan atención al mismo referente de forma simultánea, por ejemplo mirar un libro. Aparece a los 9-12 meses, antes de los 9 meses el niño no tiene la capacidad de atender al objeto y al adulto de forma simultánea.
- Gestos y respuestas no verbales: entre la que destacan las conocidas como “protos”. Los protos son conductas que guardan la misma estructura funcional que los signos lingüísticos, solo que sin la aparición de palabras. Existen dos tipos:
- Proto-imperativos: se adquieren sobre los 9 meses de edad y consisten en que el niño señala un objeto al adulto, con la intención de que este se lo de, por ejemplo señala su coche favorito que está encima de la estantería a su padre para conseguirlo.
- Proto-declarativos: se adquieren sobre los 12-18 meses y es cuando el niño señala un objeto que le llama la atención, para atraer la del adulto sobre dicho objeto y compartirlo con él. Cuando por la calle caminando ve un gato y lo señala mirando a su madre, no para que esta se lo dé sino para que se fije en aquello que ha llamado su interés. El uso de estos gestos proto- declarativos implican que el niño concibe a los demás personas como seres intencionales los cuales poseen estados psicológicos o mentales distintos a los propio
- Comprensión de las acciones como intencionales: entre los 9 y los 12 meses de edad los niños empiezan a comprender que detrás de las acciones de los demás, hay intenciones y que esas intenciones pueden ser distintas a las de uno mismo.
- Referencia social: entorno a los 12 meses, el niño comienza a comprender que el adulto atribuye a los objetos o situaciones expresiones emocionales de agrado o desagrado. Esto le sirve para saber cómo comportarse ante una situación de novedad o incertidumbre. Si un extraño lo coge en brazos, el niño reaccionará de forma diferente si el adulto expresa temor a si expresa tranquilidad.
- Juego simbólico: aparece alrededor de los 2 años y es el juego caracterizado por utilizar un abundante simbolismo que se forma a partir de la imitación. Se reproducen escenas de la vida real con símbolos que adquieren su significado en la actividad en sí. Un palo puede ser un avión o un caballo. Mediante el juego, el niño somete la realidad a sus deseos y necesidades. Entre otros, destacaremos algunos de los beneficios del juego simbólico:
- comprender y asimilar el entorno que les rodea
- aprender y practicar roles sociales
- desarrollar el lenguaje
- favorecer la imaginación y la creatividad
- representar situaciones mentales reales o inventadas
- mejorar el desarrollo emocional
- ayuda a recrear situaciones que a lo mejor no se pueden hacer en la vida real
- favorecer la socialización si se practica colectivamente
Los niños con trastorno del espectro autista también presentan dificultades para desarrollar estos precursores de la teoría de la mente, es por esto por lo que resulta tan importante detectar los antes posibles estas carencias, para poder dotar al niño de las estrategias necesarias que le ayuden a mejorar su desarrollo futuro.